viernes, 11 de abril de 2025

El cerebro, el teatro del mundo

 El cerebro como arquitecto de nuestros mundos




El cerebro siempre ha sido uno de los grandes misterios para la ciencia, y Rafael Yuste en su libro El cerebro, el teatro del mundo, nos invita a hacer un recorrido fascinante por la neurociencia para entender un poco mejor cómo funciona nuestra mente. A través de una mirada distinta, Yuste propone que el cerebro no es solo una máquina que reacciona, sino que trabaja como una especie de simulador que intenta adivinar lo que va a pasar, creando una especie de realidad virtual en nuestra cabeza. Con esta idea, nos hace replantearnos cómo construimos lo que entendemos como “realidad” y nos muestra que nuestra mente está mucho más activa e involucrada de lo que normalmente creemos.

A lo largo de la historia, el estudio del cerebro ha estado marcado por dos teorías principales: la teoría neuronal clásica y la teoría de las redes neuronales. La primera, impulsada por Santiago Ramón y Cajal y desarrollada posteriormente por Charles Sherrington, sostenía que la neurona era la unidad básica e independiente del sistema nervioso. Cajal, cuyos estudios le otorgaron el Premio Nobel en 1906, defendió esta idea, comparando el cerebro con un mecanismo de relojería en el que cada neurona cumplía una función específica, activándose secuencialmente. Sherrington amplió esta idea al ámbito funcional, proponiendo que las neuronas operaban como piezas discretas dentro de un circuito. Sin embargo, esta visión fue cuestionada por investigadores como Graham Brown y Lorente de Nó, quienes demostraron que la verdadera unidad funcional no era la neurona aislada, sino los conjuntos neuronales interconectados. Estos grupos, organizados en bucles de retroalimentación, revelaron que la cognición surge de la actividad coordinada de redes, no de células individuales, lo que llevó a una concepción más dinámica y sistémica del cerebro.

El núcleo de la propuesta de Rafael Yuste es que el cerebro no solo responde al entorno, sino que lo anticipa mediante un modelo interno predictivo. Según Yuste, las redes neuronales generan una aparente "realidad virtual" que permite simular escenarios futuros y planificar acciones antes de que ocurran. Este mecanismo, esencial para la supervivencia, se basa en la comparación constante entre las predicciones y la realidad, un proceso regulado por la teoría de control. Originalmente aplicada en ingeniería, esta teoría explica cómo el cerebro ajusta su modelo interno mediante feedback, corrigiendo errores y refinando sus proyecciones. Así, la memoria no sería un mero almacén de recuerdos, sino una herramienta para optimizar predicciones, ya que el cerebro utiliza experiencias pasadas para inferir eventos futuros. Esta capacidad transforma al cerebro en un sistema activo y adaptable, que no procesa el mundo de manera pasiva, sino que lo construye mediante hipótesis continuamente actualizadas.

Para comprender en profundidad cómo se sustenta este modelo predictivo, es imprescindible analizar la estructura y funcionamiento básico de las neuronas. Estas células especializadas presentan una morfología arbórea, con dendritas que se extienden como ramas para recibir información, un soma o cuerpo celular que procesa las señales, y un axón que funciona como una larga prolongación transmisora. La comunicación entre neuronas ocurre en las sinapsis, uniones especializadas donde se liberan neurotransmisores que pueden tener efectos excitatorios o inhibitorios sobre la neurona receptora, dependiendo de su tipo y de los receptores específicos presentes. La extraordinaria diversidad neuronal, particularmente evidente en las interneuronas inhibitorias GABAérgicas, permite una regulación exquisitamente precisa de la actividad cerebral, modulando el flujo de información con gran especificidad. Yuste enfatiza que el procesamiento neural nunca ocurre de forma aislada, sino a través de conjuntos neuronales que se activan sincrónicamente, formando patrones complejos denominados "atractores", los cuales subyacen a funciones cognitivas superiores como la memoria y el aprendizaje. Este último proceso se fundamenta en la plasticidad sináptica, la capacidad de las conexiones neuronales para modificarse estructural y funcionalmente en respuesta a la experiencia, un principio que ha inspirado el desarrollo de redes neuronales artificiales en inteligencia computacional. Sin embargo, el cerebro biológico supera inmensamente a cualquier modelo artificial en términos de eficiencia y versatilidad, ya que integra de manera fluida información sensorial en tiempo real con recuerdos almacenados y proyecciones futuras, todo ello dentro de un sistema unificado y autorregulado.

Argumenta que la construcción de este modelo interno predictivo comienza desde las primeras etapas del desarrollo embrionario, a través de procesos fascinantes de autoorganización neural. La neurogénesis, o formación de nuevas neuronas, la migración neuronal hacia sus posiciones definitivas, y la navegación axonal que establece las conexiones iniciales, están guiadas por señales moleculares precisas que funcionan como un sistema de posicionamiento global (GPS) biológico. Durante los llamados períodos críticos del desarrollo, el cerebro experimenta una "poda sináptica" masiva, donde las conexiones menos utilizadas se eliminan selectivamente mientras que las más funcionales se fortalecen, reflejando un proceso de selección natural a nivel microscópico que optimiza la arquitectura neural para adaptarse al entorno específico de cada individuo. Este mecanismo de refinamiento continuo es fundamental para la plasticidad cerebral y la capacidad de aprendizaje, ya que permite al sistema nervioso ajustar su conectividad en respuesta a las demandas ambientales cambiantes.

El estudio de los sistemas sensoriales proporciona evidencias contundentes sobre cómo el cerebro construye activamente su representación del mundo, en lugar de simplemente reflejarlo. Las investigaciones pioneras de Hubel y Wiesel en la corteza visual revelaron que las neuronas no responden a imágenes completas u objetos integrales, sino específicamente a contornos, bordes y patrones elementales de luz, construyendo así representaciones abstractas y altamente procesadas del entorno visual. De manera similar, la corteza auditiva organiza los sonidos en mapas tonotópicos jerárquicos, mientras que el sistema somatosensorial codifica información táctil y nociceptiva (dolor) como señales de alerta integradas al modelo predictivo global. Estos hallazgos subrayan que la percepción no es un reflejo objetivo y pasivo de la realidad externa, sino una reconstrucción cerebral activa basada en predicciones generadas internamente y contrastadas continuamente con los datos sensoriales entrantes.

La memoria desempeña un papel central en el mantenimiento y actualización de este modelo interno predictivo. El reconocido caso del paciente H.M., quien perdió irreversiblemente la capacidad de formar nuevos recuerdos tras una intervención quirúrgica que dañó su hipocampo, demostró que esta estructura no solo almacena información, sino que es crucial para contextualizarla espacial y temporalmente. Según la teoría de Donald Hebb, los recuerdos se codifican mediante grupos neuronales que tienden a activarse conjuntamente (las llamadas "asambleas neuronales"), lo que permite recuperar información completa a partir de señales parciales mediante el fenómeno de compleción de patrones. La dopamina, un neurotransmisor clave asociado con los sistemas de recompensa y motivación, refuerza selectivamente estas conexiones neuronales, privilegiando la consolidación de experiencias con relevancia emocional o biológica. Así concebida, la memoria no es un archivo estático de eventos pasados, sino un proceso dinámico de constante actualización que permite al cerebro ajustar continuamente su modelo predictivo del mundo.

La corteza cerebral, con su organización en áreas especializadas pero interconectadas, constituye el sustrato anatómico donde se integra toda esta información para generar pensamientos, decisiones y acciones. La corteza prefrontal, considerada la región más evolucionada filogenéticamente, desempeña funciones ejecutivas clave como la memoria de trabajo, la planificación y la toma de decisiones, permitiendo simular mentalmente escenarios futuros y evaluar posibles cursos de acción. La corteza parietal integra información espacial, mientras que la corteza temporal almacena conceptos y asociaciones semánticas. En el plano motor, la corteza motora primaria no controla músculos individuales, sino patrones complejos de movimiento con significado adaptativo, almacenados como "archivos motores" que pueden ejecutarse secuencialmente. Los ganglios basales actúan como un sistema de selección y filtrado que elige la acción más adecuada entre múltiples opciones posibles, mientras que el cerebelo ajusta con precisión milimétrica la ejecución de los movimientos. El hipotálamo, por su parte, integra señales emocionales y hormonales, añadiendo una dimensión afectiva a la conducta. Esta organización jerárquica y distribuida permite al cerebro generar predicciones sofisticadas, evaluar alternativas y ejecutar respuestas coherentes con su modelo interno del mundo.

En conclusión, se evidencia que en el libro Yuste sintetiza evidencias provenientes de múltiples disciplinas desde la neurobiología molecular hasta los estudios de conducta para presentar una visión integrada del cerebro como un sistema predictivo, plástico y autoorganizado. Es así que demuestra que nuestro cerebro no solo refleja pasivamente el mundo exterior sino que lo construye activamente mediante modelos internos. Además, que funciona como una máquina de predicción que construye un modelo interno de la realidad mediante redes neuronales. Aunque aún no está completamente demostrada, esta hipótesis comienza a consolidarse gracias a evidencias científicas recientes que muestran cómo la actividad cerebral simbólica y la manipulación de conjuntos neuronales pueden modificar el comportamiento. Esta comprensión no solo promete transformar la medicina, la inteligencia artificial, la educación sino que también marca el inicio de un nuevo humanismo, similar al Renacimiento, en el que conocer el funcionamiento del cerebro puede redefinir nuestra visión de la mente, la sociedad y el futuro de la humanidad.



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